sexta-feira, 27 de maio de 2011

La formación concepcionista:
Formar con una Regla del S. XVI
para la vida concepcionista del S. XXI.

Conferência proferida por
Fr. Vidal Rodríguez López ofm

Secretario general para la formación y los estudios OFM
a 27 de Maio de 2011
Hablar de formación concepcionista, es hablar de plasmar vitalmente un misterio divino, el misterio de la Concepción Inmaculada de la Bienaventurada Virgen María. Pues “cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos” (Gal 4,4,). Plugo Dios hacerse carne, en la carne humana de una joven doncella de Nazaret. Pues Dios pudo hacerlo, y convenía, y quiso hacerlo… “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad “ (Jn 1,14).
En este nosotros, que es la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo; hace quinientos años, brotó un renuevo del tronco añejo de la Vida Consagrada. Nació la Orden de la Inmaculada Concepción entorno a una vida, la de Sta. Beatriz de Silva; en torno a un documento, la bula “Ad statum prosperum” que sanciona eclesialmente la intuición carismática que Beatriz maduro en su largo y azaroso camino vocacional
(
INOCENCIO III, Bula Fundacional “Inter Universa”, 30 de abril de1489. PP. Alejandro, Bula “Ex supernae Providentia”, 19 de agosto de 1494. ).
“Y decidimos y declaramos, en todo y por todo, que ellas y las que les han de suceder… ahora y en lo sucedido deberán observar siempre y puntualmente esta otra, ordenada según el tenor de los referidos doce capítulos, tanto en el citado monasterio, como en todos los demás monasterios, prioratos y lugares de su Orden, donde quiera que existan, bajo el consabido título de la Concepción, tal como si les hubiese sido concedido desde un principio a ellas y a los monasterios y lugares indicados; y con la misma autoridad e igual tenor aprobamos y confirmamos la Regla y forma de vida dada y contenida en estas Nuestras Letras y en los doce capítulos ya dichos… y los corroboraos con la protección de este escrito.”
(
JULIO II, Bula “Ad statum prosperum”, 17 de septiembre de 1511)
El itinerario de Beatriz es personal, que no individual. Beatriz recibe un carisma nuevo en la Iglesia, y ello lo macera primero en su interior y después empieza a vivirlo, y no sola, sino con un grupo de hermanas, la primera generación; junto a una serie de acompañantes espirituales que la iluminan, sostienen y alientan, principalmente los Franciscanos; y contando con amigos, como la Reina Isabel la Católica.

La fuerza vocacional de Sta. Beatriz se imprime como un sello en el grupo de las primeras compañeras, de tal forma que, tras su muerte, persiguen denodadamente que la Iglesia acoja aquello que ya viven, que era la vocación recibida por Sta. Beatriz. La muerte de la Fundadora, es un tránsito particularmente pascual, porque con su muerte entra en la vida nueva y da vida a una nueva familia religiosa.

“Porque de hecho, no hay ninguna palabra de esta Santa, ninguna palabra textual, ningún eco de su voz. Ni siquiera algún escrito de su mano, ningún retrato de su rostro… Ni siquiera un estatuto definitivo de la Regla de la familia religiosa, que Ella fundó, inaugurando con su muerte su nacimiento.”
(
PABLO VI, Homilía de la canonización de Sta. Beatriz de Silva, Roma 3 de octubre de 1976)
No nos toca entrar en el análisis de histórico de los orígenes, no es la sede, y serán otros los expertos más cualificados. A nosotros nos toca celebrar jubilarmente la aprobación de la Regla, desde una reflexión fraterna, en comunión espiritual, desde el profundo respeto y con una sincera familiaridad, sobre la relación de la Regla Concepcionista y la Formación Permanente, en la Orden de la Inmaculada Concepción.

Creo importante tener en cuenta que la trasmisión original del carisma dado a Beatriz, es conservado vivo por la primera generación de compañeras, que son éstas las que se ven reconocidas en el propósito inicial en la Bula de 1511. Que es una acción comunitaria, acompañada por los Frailes Menores, la que plasma definidamente la Regla de la Concepción, con una identidad propia en la Vida Religiosa de la Iglesia, identidad que se escribe a fuego en la profesión de una misma Regla:

“Yo, Sor N. N., por amor y en servicio de Nuestro Señor y de la Inmaculada Concepción de su Madre, ofrezco y prometo a Dios, y a la Bienaventurada Virgen María, y al Bienaventurado San Francisco, y a todos los Santos, y a ti, Madre, vivir durante todo el tiempo de mi vida, en obediencia, sin propio y en castidad, y en clausura perpetua, según la Regla por Su Santidad el Papa Julio II para nuestra Orden concedida y confirmada”.
(
Regla OIC, 5)
Son pues cinco centurias en las que, de generación en generación, una multitud de hermanas, de toda raza, lengua, pueblo y nación, han vivido en una identidad vocacional fraguada en la Regla, y que este II Congreso de Presidentas y Delegadas de las Federaciones de la Orden de la Inmaculada Concepción quiere vivir y celebrar.

Cuando todo en la formación se supone que debe ser nuevo y renovado, nos urge la pregunta de si es aún legítimo formar con un texto tan vetusto. Si no está rancio el aceite del carisma ante los nuevos tiempos que andar. Si la Regla no es más que un pretexto para salvar estrictamente lo canónico, a la hora de formar hoy, en la vida y misión de la Iglesia; para vivir esta forma de vida propia del carisma concepcionista, bebiendo de otras fuentes, corriendo tras otros quereres.

Formar en un carisma es volver a las fuentes, volver a hundir la pluma en el tintero de los orígenes y escribir una nueva página de nuestra historia. Nos toca escribir la nuestra, cada Familia Religiosa debe escribir su presente con su propia tinta. Pueden modernizarse los instrumentos, pero la tinta no es otra que el misterio pascual de Cristo, del cual ha brotado sangre y agua, costado y fuente de los que brota la Iglesia, y, con ella y en ella, la Vida Religiosa.

“La Regla es esa misma voluntad de progreso y de cambio que inspiró a la primera generación de Concepcionistas el ardiente deseo de tener Regla propia, dejando formulaciones anteriores: En este sentido, os invito, desde la fidelidad al carisma recibido, a la creatividad y fantasía evangélicas que harán posible que vuestra vida sea realmente significativa en nuestro mundo, poniendo en vuestra vida ese aire ilusionado y gozoso por vuestra propia vocación concepcionista, y vitalizado por el deseo de crecimiento en respuesta al Señor que llama e inspira”.
(
J. RODRÍGUEZ CARBALLO, La Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción en el hoy de la Iglesia, Carta del Ministro General OFM a todas las Hermanas de la Orden de la Inmaculada Concepción en el V Centenario de la aprobación de la Regla de la OIC, Roma 2 de febrero de 2011,p. 15)
La voluntad de ser evangélicamente fieles es la que gesta la Regla. Es esta misma voluntad de optar por la fidelidad, la que nos lleva a hacer una relectura, desde el presente formativo, del texto antiguo de la Regla, con veneración y devoción, para crear el mañana en la siembra del presente.

Intentamos reflexionar dinámicamente, intentando responder positivamente a la posible objeción de si la Regla sirve para formar. Sirve, más allá de su legitimidad canónica, porque es la vida concepcionista la que se plasma en este documento oficial, para que dé vida y vida evangélica. Por eso, porque la Regla es la vida encerrada en una Bula Pontificia, es instrumento para la formación a la vida concepcionista. A esto estáis llamadas, no a vivir de un pergamino venerable, sino a vocación tan alta como vivir el Evangelio, pues es el Evangelio lo que profesáis, y a esto prepara y sostiene la formación. Pues la formación sirve para la vida evangélica o no sirve, y la formación ha de servir para mantener viva la lámpara que el Espíritu encendió en Beatriz.

“Los elementos que integran la vida y espiritualidad de la Orden se manifiestan en un proceso de enriquecimiento, iniciado con la Bula Inter Universa del Papa Inocencio VIII y concluido con la Regla propia aprobada por el Papa Julio II, y se viven en continuo dinamismo, de acuerdo con los signos de los tiempos y como respuesta a las cambiantes necesidades de la Iglesia, manteniendo viva la lámpara que el Espíritu encendió en Santa Beatriz.
(
CC.GG.OIC, Art. 7)
Nos concentraremos en tres puntos:

a)
“Llamadas” a encontrar los nuevos retos de formación permanente para el siglo XXI.

b)
“Inspiradas” para buscar en las fuentes de la formación concepcionista hoy.

c)
“Desposadas”, en continuo seguimiento de Cristo, en el modelo de María, la pura y limpia.

a)
“Llamadas” a encontrar los nuevos retos de formación permanente para el siglo XXI

La Vida Consagrada en general, y la vida Concepcionista en particular, han asumido a partir del Concilio Vaticano II en adelante, un camino sin retorno, que parte de la intuición carismática más antigua de la Vida Religiosa, la “sequela Christi”.

Seguir al Señor Jesús es el motivo de la vida cristiana y de la vida religiosa. Seguir las huellas con una opción total y totalizante, quiere decir dejar que la configuración de la persona “in Cristo” sea una dinámica constante, por lo tanto permanente y formativa, en una palabra, evangélica.

La Vida Religiosa se orienta tendencialmente hacia un encuentro configurador, plasmando la incorporación “in Cristo” que celebra el bautismo.

“A esto habéis sido llamados, porque Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado, ni encontraron pecado en su boca, cuando le insultaba, no devolvía el insulto, y mientras padecía, no profería amenazas, sino que confiaba su causa al que justa rectamente. Él llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, afín de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado”. (1Pe 2,21-24)

Este horizonte utópico “vivir en Cristo” es un proceso de conformación al Señor, un proceso jamás acabado y siempre por iniciar de nuevo en el misterio de Cristo, que por nosotros se ha hecho camino y el Padre S. Francisco, y con él Sta. Beatriz, nos lo ha mostrado.

Hablar de horizontes, frente a una vida contemplativa claustral, como lo es vida concepcionista, parece una contradicción. Y desde el mirar evangélico adquiere toda su razón de ser. El perpetuo encerramiento no es para defenderse, sino para caminar más ligeros y más alto. La clausura del recogimiento de los sentidos no es para huir, sino para andar con paso más ligero hacia un encuentro con aquél Esposo que lo merece todo. Beatriz ocultó su rostro para vivir diciendo continuamente “Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal. 27.8).

“La formación permanente, tanto para los Institutos de vida apostólica como para los de vida contemplativa, es una exigencia intrínseca de la consagración religiosa. El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo. La formación inicial, por tanto, debe engarzarse con la formación permanente, creando en el sujeto la disponibilidad para dejarse formar cada uno de los días de su vida.”
(
JUAN PABLO II, Exhortación Postsinodal, Vita Consecrata, sobre la Vida Consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, 25 de marzo 1996, n. 69)
La formación permanente es una exigencia de nuestra llamada vocacional, y de vuestra consagración religiosa en la “forma vitae” concepcionista. Esta declaración teórica, podría decirse que intelectualmente está clara y no se discute, pero la realidad no siempre coincide con lo que la teoría enuncia.

Podríamos preguntarnos si todavía la formación permanente es una desconocida, o si se reduce a organizar actividades de actualización, porque no suele ser frecuente en el conjunto de la Vida Religiosa, tener la decisión y el firme propósito de dejarse formar toda la vida por la vida misma, tener el Espíritu del Señor y su santa operación.

“En esta formación permanente la hermana concepcionista busque, siempre como dice la Regla, tener el espíritu del Señor y su santa operación, con pureza de corazón y oración devota; limpiar la conciencia de los deseos terrenos y de las vanidades del siglo, y tener un solo espíritu con Cristo, su Esposo.”
(
CC.CC.OIC., Art. 168)
Si la vida concepcionista es una vida evangélica, entonces la formación evangélica concepcionista está llamada a dejarse formar durante toda la vida por la vida evangélica misma. El Evangelio y Cristo, que son una misma cosa, son el “topos”, el lugar, en el cual, somos, nos movemos y existimos… andando fuera del Evangelio, fuera de Cristo, nos falta el aire para respirar, la sabia para nutrirnos y vivir la vocación cristiana y concepcionista.

“Son lugares ordinarios de formación permanente los Capítulos conventuales, las Reuniones de familia y todo lo que lleve a una profundización en la vivencia de las dimensiones que integran la propia vocación.”
(
CC.CC.OIC., Art. 166&1)
La formación permanente debe continuar de modo extraordinario en reuniones y cursillos que fomenten la vida contemplativa concepcionista, ya tengan lugar en el ámbito del propio Monasterio ya se celebren a nivel federal, según orientaciones de los Estatutos particulares.”
(
CC.CC.OIC., Art. 166&2)
Parecería que la vida contemplativa, por tener los espacios limitados a la clausura, se mueve, automáticamente, dentro de los parámetros evangélicos de vida. No es un proceso mecánico, y más bien suele ser peligroso identificar clausura = evangelio. Los límites dados a la vida claustral, son instrumentos para lindar el claustro del corazón del contemplativo, que debe caminar desde el propio corazón, al corazón de Cristo, acompasando su paso al paso de las hermanas de comunidad y de Orden.

No se puede dar por descontado, que “entrar en religión” sea “entrar en vida evangélica”, apenas salgamos de lo mínimamente formal. Entrar en religión no es llegar para detenerse, porque se ha alcanzado la meta. Entrar en religión contemplativa es andar buscando la puerta del Reino, y vivir en esperanza la llegada del Esposo. Haciendo acopio de aceite, protegiendo la lámpara del viento, y aprendiendo a ver con la sabiduría de los sencillos, cómo mantener el corazón despierto y en vela, para un encuentro de amor con el Dios que nos ha amado primero. Es pues, más bien entrar en un camino incierto, lleno de sorpresas porque el Señor llega en la noche, y sólo hace entrar en la recámara, a aquellas que se han provisto de aceite y han iluminado la noche con la lámpara.

“Hoy cada vez está más claro, que el camino dinámico de nuestra formación no se desarrolla cerrado para después abrirse al exterior. Sabemos que hemos de vivir en el mundo como el único lugar que nos es dado para responder a nuestra vocación fundamental a la vida, junto a todos nuestros hermanos y hermanas de fe. Reconocemos que el núcleo de la formación es vivir hasta el fondo la existencia con todos sus dones, sus crisis, sus conflictos: a través de todo aquello por lo que Dios viene a nuestro encuentro y nos pone en situación de trasformación, de crecimiento, personal, superando un modelo estático de crecimiento.”
(
Cf. Introducción, Habéis sido llamados a la libertad. La formación permanente en la Orden de Frailes Menores, Roma 2008, p.16).
En este punto, podemos intentar fijar algunos retos nucleares que pueden inspirar la formación permanente concepcionista:

. Vivir la formación desde el corazón hacia la vida
, del interior al exterior, de dentro a fuera.

. Vivir en el mundo que nos ha tocado vivir,
abrazando formativamente nuestra generación y nuestra época, pues sois contemplativas de esta generación y en esta hora.

. Vivir hasta el fondo la existencia
, con sus luces y sombras, formaros para vivir como mujeres, cristianas y concepcionistas durante toda la vida.
.
Vivir en Dios, por Dios y para Dios, formaros dinámicamente en el seguimiento de Cristo.
. Vivir celebrando a María
, modelo permanente de configuración esponsal con Cristo.

Si somos sinceros quizás podamos coincidir en afirmar que aún estamos anclados en modelos estáticos de formación, tanto en la inicial como en la permanente. Mirándonos difícilmente, tanto nosotros (
Constituciones Generales OFM, La formación permanente, art. 135-137) como vosotras (Cf. CC.GG. OIC., Cap. V. Título I. Principios generales de la formación, Art. 124-131; Titulo V. Formación Permanente, Art. 165-169), podemos decir que aún estamos lejos de creernos que la formación permanente es el auténtico humus de la formación inicial. Tenemos por delante mucho trabajo por hacer, para implantar vitalmente modelos dinámicos e integrales de formación permanente en nuestra vida religiosa, como los que presentan nuestras Ratio Formationis (Ratio Formationis Francescanae OFM, La formación permanente, nn. 107-123; Orden de la Inmaculada Concepción, Ratio Formationis Confederal).
“Para que las hermanas permanezcan fieles al divino camino que abrazaron, procuren crecer, tanto personal como comunitariamente, en el itinerario de su vocación y vida evangélica de contemplación por medio de la formación permanente.

Teniendo en cuenta que la formación y renovación religiosa no se hace de una vez para siempre, cada hermana, que es la primera responsable de su formación, continúe diligentemente durante toda su vida la propia formación, profundizando en el conocimiento de nuestra Regla y del carisma de nuestra santa Fundadora.”
(
CC.GG. OIC, Art. 165. &1. &2)
b) “Inspiradas” para buscar en las fuentes de la formación concepcionista hoy.

El primer deber de la formación es precisamente aquél de convertir a la persona no sólo en dócil, sino “docibile” (
Cf. A. CENCINI, El árbol de la vida, Hacia un modelo de formación inicial y permanente, Ed. San Pablo, Madrid 2005, p. 12), es decir, disponible en inteligencia y obras a dejarse formar toda la vida, de la vida misma, en cada circunstancia, edad, contexto existencial, en lo bueno y en lo malo, por cualquiera… Pero la realidad es bien distinta, porque es frecuente un latente escepticismo acerca la formación permanente, a la que no negamos un lugar en nuestros documentos, programaciones, actividades, pero… tenemos el coraje de preguntarnos al menos: ¿tomamos en serio la formación permanente? (Cf. P. BELDERRAIN, ¿Nos interesa de verdad la formación permanente?, Col. Vita Consecrata n.8, Ed. Publicaciones Claretianas, Madrid 2010, 36)
Hoy es común que las Congregaciones hablen a menudo de refundación, revitalización, renovación. Poca innovación surgirá de aquellos grupos que no están disponibles a cuidar dos elementos: la vida en el Espíritu y aquella actitud constante de formación continua o permanente. Sólo si las personas se dejan recrear en el interior y estamos dispuestos a tomar la Vida Consagrada como un proceso de conversión, Dios podrá poco a poco hacer su obra en nosotros.

Está cada vez más claro que lo que está en juego no es una actividad, una programación, un documento… Lo que está en juego es la médula de nuestra vocación. O bien queremos entrar en el juego evangélico de seguir al Señor o queremos quedarnos como en alta mar, esperando no se sabe a quién, ni qué, o simplemente dejándonos llevar por la inercia, yendo cada día donde la corriente nos quiera llevar, parapetados en el cumplimiento formal de nuestros horarios y quehaceres, quizás con mucha generosidad pero lejos de tomar el timón de la vida, de nuestra vida y ver por qué estamos en el mar de la vocación y hacia dónde queremos ir, porque Él nos llama: “Vamos a la otra orilla…” (Lc.8, 22).

Tras el Concilio Vaticano II, la vida contemplativa claustral, como en general la vida consagrada, ha cambiado mucho. La vida contemplativa ha buscado y buceado lo esencial, aquello que no se puede cambiar, pues al decir de S. Ignacio “lo inmutable no es sujeto de cambio” (
Cf. S. IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales, II semana). Es cierto que muchas cosas han cambiado en la vida contemplativa, pero el río interior de su vida y misión, la contemplación, permanece y fluye en la intimidad del alma concepcionista. Es la fuente de la contemplación la que sostiene todo lo demás, todo lo que puede y debe mudarse para que corra con más fuerza el río de la comunión con Dios, anhelo perenne de la vida contemplativa.
Esto nos lleva a advertir, cuando hablamos de formación permanente, que la inercia del ritmo comunitario, sobre el calendario litúrgico y las exigencias de los trabajos… nos lleva, a veces inconscientemente, a vivir una estabilidad espiritual que puede traducirse en arterioesclerosis. La estabilidad de las formas que son y serán, más o menos, las mismas, no puede atraparnos en la inercia de la rutina y delegar “en la jóvenes…”, “en las que saben…”, “en las de siempre…” el tema de la formación permanente.

“Por tanto, es muy importante que toda persona consagrada sea formada en la libertad de aprender durante toda la vida, en toda edad y en todo momento, en todo ambiente y contexto humano, de toda persona y de toda cultura, para dejarse instruir por cualquier parte de verdad y belleza que encuentra junto a sí. Pero, sobre todo, deberá aprender a dejarse formar por la vida de cada día, por su propia comunidad y por sus hermanos y hermanas, por las cosas de siempre, ordinarias y extraordinarias, por la oración y por el cansancio apostólico, en la alegría y en el sufrimiento, hasta el momento de la muerte.

Serán decisivas, por tanto, la apertura hacia el otro y la alteridad, y, en particular, la relación con el tiempo. Las personas en formación continua se apropian del tiempo, no lo padecen, lo acogen como don y entran con sabiduría en los varios ritmos (diario, semanal, mensual, anual) de la vida misma, buscando la sintonía entre ellos y el ritmo fijado por Dios inmutable y eterno, que señala los días, los siglos y el tiempo. De modo particular, la persona consagrada aprende a dejarse modelar por el año litúrgico, en cuya escuela revive gradualmente en sí los misterios de la vida del Hijo de Dios con sus mismos sentimientos, para caminar desde Cristo y desde su Pascua de muerte y resurrección todos los días de su vida.”
(
CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA, Instrucción, Caminar desde Cristo: un renovado compromiso de la Vida Consagrada en el Tercer Milenio, Roma 19 de mayo de 2002. La formación permanente, n. 15)
No sois concepcionistas por estar en un Monasterio, sino porque estáis desposadas con Cristo. El matrimonio espiritual que vuestra consagración comporta, debe conduciros a vivir lo ordinario y lo extraordinario, en esa tensión espiritual que celebra un amor que os ha alcanzado y que os ha de alcanzar y que en la Concepción Inmaculada de María, ha iniciado y os espera, en una tensión dinámica de encuentro.

Se han puesto en marcha nuevos modelos de formación tras el Concilio Vaticano II. Hoy contamos con la primera generación de religiosos que ha crecido catequéticamente y formativamente en el periodo postconciliar. Pero esto no quiere decir que en realidad los modelos del pasado hayan sido desechados, como podría parecer. Más bien sobreviven con distintos acentos e impostaciones caminando con frecuencia en la misma persona y comunidad.

En un primo ojeo cronológico, podemos recordar el “modelo de la perfección” (Cf. A. CENCINI, El árbol de la vida…, pp.19-33), que subraya con fuerza el compromiso personal en la tensión hacia una perfección individual (especialmente peligroso cuando una comunidad de ancianas forma una joven sola). El “modelo de la observancia común” (Cf. A. CENCINI, El árbol de la vida…, pp. 35-50), que insiste en la dimensión colectiva de la propia tensión vocacional (especialmente peligroso cuando las jóvenes tienen una fuerte conciencia de grupo e identidad de movimiento frente a la comunidad). El “modelo de autorrealización” (Cf. A. CENCINI, El árbol de la vida…, pp. 51-66) que parte de una nueva concepción de sí mismo, cuya identidad se sostiene en las dotes propias, la realización personal persigue el bienestar personal y primario (atención con las jóvenes con carreras universitarias, con experiencias afectivas… nada se puede dar por supuesto, preparación intelectual no quiere decir sabiduría, tener edad no quiere decir ser adulto…). El “modelo de la auto aceptación” (Cf. A. CENCINI, El árbol de la vida…, pp. 68-79), que se limita y bloquea ante uno mismo (cuidado con falsas aceptaciones… es que es así… pero en el fondo es buena…). El “modelo único” (Cf. A. CENCINI, El árbol de la vida…, pp. 81-114), que favorece un aspecto o dimensión de la formación y lo hace criterio absoluto de discernimiento (cuidado con los excesos espirituales, laborales, fraternos… para que sea sano vocacionalmente, todo debe darse en un marco de integración).
Cada uno de estos modelos, tomados singularmente, afirman una verdad y ofrecen una pedagogía adecuada para hacerla operativa. Pero por sí solos no ofrecen una adecuada formación porque, por sí solos, no expresan la complejidad humana ni el misterio del seguimiento y la identificación con el Hijo.

“La formación en la Orden de la Inmaculada Concepción tiene como objetivo lograr, en el tiempo actual, que las monjas y candidatas se capaciten para seguir a Jesucristo y vivir, desde la contemplación, el Evangelio y el misterio de la Inmaculada Concepción, según el estilo de vida de Santa Beatriz de Silva.”
(
CC.GG. OIC, Cf. art 124)
Aquellos modelos, por el contario, son modelos que agotan a la larga a las formadoras y a las comunidades, desorientan educativamente a las jóvenes, y obvian un discernimiento real y franco de la vocación, tanto por parte de las formadoras como de las jóvenes.
Pero aún son más graves, porque no capacitan hacia la formación permanente. Sí, incluso en las generaciones, crecidas y formadas tras el Concilio, se da al final de la formación inicial un rechazo silente o manifiesto a la formación permanente. El producto final, una vez llegada la profesión solemne, es la instalación en la estabilidad, muy lejana del seguimiento esponsal de Cristo a imagen de María Inmaculada.
Deberíamos preguntarnos si el rechazo a la formación permanente, no tiene que ver con lo que la misma formación permanente es y comporta. Pues la formación permanente parte de una concepción total y totalizante de la vida y de la persona, implica un apertura total a cada dimensión de la existencia concreta, estimula una disponibilidad vivaz e inteligente a las provocaciones de la vida, camina en cada momento y situación. No sólo en los momentos espirituales, o sólo en los cursillos, como tampoco sólo en la dirección o acompañamiento espiritual.

Está claro que hay una simbiosis entre el modelo formativo y la formación permanente. En los modelos parciales y unilaterales no se genera una docilidad existencial, y por lo tanto la joven resulta “contra-formada”, es decir, impedida a abrirse libre y responsablemente a una lógica de formación permanente, para la cual, como decíamos antes, la docilidad es connatural.

Sin embargo, parece lugar común indicar la solución, señalando sólo al espacio de la formación inicial. Esto indica ya de partida que se parte de un modelo de no integración, porque inconscientemente se parte de la seguridad de haber llegado ya a un nivel superior de vida espiritual, estático y cerrado, y por tanto estéril porque es autorreferencial.

“La norma general es que todo el ciclo de la formación inicial y permanente se desarrolle dentro del monasterio. La ausencia de actividades externas y la estabilidad de los miembros permite seguir gradualmente y con mayor participación las diversas etapas de la formación. En el propio monasterio, la monja crece y madura en la vida espiritual y alcanza la gracia de la contemplación. La formación en el propio monasterio tiene también la ventaja de favorecer la armonía de toda la comunidad. Además, el monasterio, con su característico ambiente y ritmo de vida, es el lugar más conveniente para realizar el camino formativo, ya que el alimento diario de la Eucaristía, la liturgia, la lectio divina, la devoción mariana, la ascesis y el trabajo, el ejercicio de la caridad fraterna y la experiencia de la soledad y del silencio, son momentos y factores esenciales de la formación para la vida contemplativa.”
(
CONGREGACION PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTOLICA, Instrucción, Verbi Sponsa, sobre la clausura de las Monjas, Roma 13 de mayo 1999, n.24)
Llegados a este punto creo que podemos señalar, a raíz del documento, algunas fuentes de la renovación y recreación de la formación permanente concepcionista:

. El monasterio (la comunidad) es el espacio natural de la vida concepcionista, también de la formación permanente e inicial.

. La formación permanente, a nivel personal, se orienta:

a. Crecer y madurar en la vida espiritual

b. Alcanzar la gracia de la contemplación.

. La formación permanente, a nivel comunitario

a. Debe favorecer y garantizar, la armonía, los momentos, y los factores esenciales:

-
el alimento diario de la Eucaristía,

- la liturgia,

- la lectio divina,

- la devoción mariana,

- la ascesis

- el trabajo,

- el ejercicio de la caridad fraterna

- la experiencia de la soledad y del silencio.

Luego vendrán los encuentros, cursos, programas, fichas… a diversos niveles de Federación, de Orden, de Vida Religiosa, de Diócesis… esto es bueno, necesario, útil, pero donde se juega la respuesta vocacional es en la vida religiosa ferial, de los días ordinarios. No sólo en la formación inicial, sino sobre todo en la formación permanente, esfuerzo diario de afinar evangélicamente las cuerdas de la vida religiosa, de la vid concepcionista.

La solución de la formación permanente no es hacer mejor la formación inicial, sino caminando decididamente mejor en formación permanente. O nos movemos en clave de formación permanente o no tenemos el humus (
Cf. Ratio Formationis Francescanae OFM, n. 108) para la formación permanente. Tenemos o no el coraje y la honestidad vocacional de ponernos en camino, en clave de formación permanente, o nos engañaremos con las ilusiones clásicas de la vida espiritual, de tipo sentimental, intelectual, o voluntarístico, para desengañarnos nuevamente porque los jóvenes repiten mecánicamente la desafección por la formación permanente.
De los límites latentes en nuestros modelos formativos, está emergiendo en los últimos años la necesidad de diseñar una formación desde un “modelo de integración” que, finalmente, no se limite a la formación inicial, sino hacia un verdadero dinamismo, donde el consagrado pueda continuar viviendo y practicando en su vida, el seguimiento vocacional. Se desea y se necesita un modelo que tenga un mayor fundamento teológico y bíblico, y que pueda asumir el progreso de las ciencias humanas y psicológicas, pero sin hacerlas absolutas.

Habrá entonces que preguntarnos hasta que punto, algunas de nuestras comunidades quieren y pueden formar, quizás porque querer siempre esta más cerca de poder. Pero también hay que reconocer que hay situaciones en las que, verdaderamente, por más que se quiera, si somos honestos, no se puede formar. Este centenario, con todo lo que tienen de dinamizador, desde el espíritu de las celebraciones jubilares, puede ayudaros a volver al camino de la búsqueda, hacia el pozo del corazón de vuestro carisma concepcionista y trabajar y luchar no por sobrevivir, sino para vivir con gozo y con calidad evangélica vuestra vocación, a ser concepcionistas: “llamadas, inspiradas y desposadas”.

Integración quiere decir tener una concepción unitaria del ser humano, y de la persona a la cual Dios llama a vivir una determinada vocación. Integración también como concepción unitaria de la vocación misma, como proyecto que implica el ser humano en todos sus niveles y dimensiones, desde el espiritual al corpóreo, y lo realiza plenamente. Integración como concepción unitaria del proceso que conduce a la opción y al cumplimiento progresivo de la vocación, es decir el itinerario formativo, con toda su complejidad y exigencias. Integración que remite a una idea subrayada por la antropología moderna (
Para una antropología en clave concepcionista Cf. F. OLIVER ALCÓN, Aspectos antropológicos de la Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción, La Regla y Forma de vida de la Orden de la Inmaculada Concepción. V Centenario de su aprobación 1511-2011. Estudio y Comentario, Cuenca 2010, 3-46) y que es exigencia profundamente reclamada por la psicopedagogía contemporánea. En una palabra, se trata de ser vocacionalmente auténticos, de vivir en esa autenticidad existencial, que se abre a lo real, como el ámbito propio de la personalización (Cf. J. GARRIDO, Proceso humano y gracia de Dios. Apuntes de espiritualidad cristiana, Col. Presencia Teológica 83, Santander 1996, “Ideología versus personalización”, pp. 271-272).
“La formación de las claustrales trata de preparar a la persona para su consagración total a Dios en el seguimiento de Cristo, según la forma de vida ordenada únicamente a la contemplación, propia de su peculiar misión en la Iglesia.

La formación debe entrar profundamente en la persona, tratando de unificarla en un itinerario progresivo de conformación a Jesucristo y a su ofrenda total al Padre. El método propio para ello debe asumir y expresar, pues, la característica de la totalidad, educando en la sabiduría del corazón. Está claro que esta formación, precisamente porque tiende a la transformación de toda la persona, no termina nunca.”
(
Verbi Sponsa, sobre la clausura de las Monjas, Roma 13 de mayo de 1999, n.22)
A partir de los límites encontrados en el camino formativo, la reflexión sobre la formación se está moviendo hacia poder diseñar un “modelo de integración” que definitivamente no se limite a la formación inicial, sino hacia un verdadero dinamismo donde el consagrado pueda continuar viviendo y practicando en su vida concreta el seguimiento vocacional.

En este momento concreto de la historia, en el que debemos asumir con renovada pasión la urgencia de una formación integral capaz de acompañarnos en el discerniendo personal y comunitario del tiempo en el que vivimos a la luz de la Palabra de Dios, acogida en la comunidad de la Iglesia, según los signos de los tiempos. A tal fin es necesario afinar nuestra capacidad pedagógica, para acompañar la persona y la Fraternidad en el proceso de maduración y trasformación. Una pedagogía que no consista tanto en introducir desde el exterior en el interno de la vida de la persona, sino ayudar a dar a la luz su intimidad más radical habitada por Dios. (
Cf. Introduccción, Habéis sido llamados a la libertad, p.16-17)
No se trata pues de mejorar la estrategia pedagógica, ni de encontrar una metodología bien programada y mejor ejecutada, se trata de volver de nuevo al Evangelio como buena noticia, sueño perenne de la Vida Religiosa, más aún, de la particular radicalidad contemplativa de la Vida Concepcionista. Una Vida Religiosa que tiene que ser hermosa y buena, humana y cristiana, concepcionista y radicalmente evangélica. Es aquí, al inicio del siglo XXI, donde se nos urge a tomar en serio la formación permanente, no sólo para tener futuro, sino para sencillamente tener presente.

“Es hora de una mejor toma de conciencia y esfuerzo por la revitalización de la formación inicial y permanente en maneras nuevas, bajo sus muchos aspectos. Una formación integral, que tenga en cuenta todas las dimensiones de la persona: humana, cristiana y carismática, “de tal modo que actitud y comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana”
(
Cf. Vita Consecrata, 65).
Un formación permanente, pues “la exigencia de la formación no acaba nunca”
(
Cf. Vita Consecrata, 65). Una formación, que sin olvidar las exigencias de la formación inicial, dé una prioridad real a la formación permanente, pues sólo desde ella podéis mostrar “la belleza de la entrega total a la causa del Evangelio”, en la vida concepcionista, y podréis hacer anuncio explícito de la vocación concepcionista a las nuevas generaciones (Cf. Vita Consecrata, 64). Sin una formación adecuada no tendréis futuro, porque ya no tenéis presente. Sin una formación adecuada a las exigencias de vuestro carisma y del mundo actual no podéis hacer una buena pastoral vocacional.” (J. RODRÍGUEZ CARBALLO, La Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción en el hoy de la Iglesia, Carta del Ministro General OFM a todas las Hermanas de la Orden de la Inmaculada Concepción en el V Centenario de la aprobación de la Regla de la OIC, Roma 2 de febrero de 2011)
c) “Desposadas”, en continuo seguimiento de Cristo, en el modelo de María, la pura y limpia.

El Señor Papa Benedicto XVI, ha confirmado en varias ocasiones que la Vida Religiosa está llamada a ser exégesis viviente del Evangelio: “Vivir en el seguimiento de Cristo casto, pobre y obediente es en tal modo una ‘exégesis’ viviente de la Palabra de Dios. (
Cf. BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas en la Fiesta de la Presentación del Señor, Basílica Vaticana, 2 de febrero de 2011)
Esta afirmación, fuerte y hermosa a un tiempo, refleja por una parte la fe que la Iglesia siente hacia la Vida Consagrada y por otra la alta misión que la Vida Religiosa está llamada a desarrollar.

Hablar de Vida Consagrada como exégesis de la Palabra, no es un tentativo de mimetismo, como un estilo de imitación formal. Tampoco se trata de usar la Palabra para generar novedades hechas a nuestra imagen y semejanza. Quiere decir hacer de la Palabra de Dios, la clave interpretativa de la Vida Religiosa, y al mismo tiempo, hacer de la Vida Religiosa un camino de interpretación de la Palabra desde la “hermenéutica de la fe” (
Cf. BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret.Segunda parte. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Roma 2011, Prólogo, pág.5-10) de Jesús, Aquél que es la Palabra del Padre. Es decir, un aproximarse creyente, para creer, en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios que se ha hecho carne y que ha vivido “obediente, pobre y casto”, éste es el modo vital que sigue la Vida Consagrada.
De Sta. Beatriz de Silva, no tenemos escritos propios, no tenemos ni siquiera documentos, sólo contamos con las biografías. Éstas acercan a su persona, pero notemos, que desconocemos palabra alguna que fidedignamente podamos decir que sea de Beatriz. Y sin embargo, tenemos la Palabra de Beatriz. La Palabra de Dios, en las formas litúrgicas propias de la época, en las devociones concepcionistas que pronto hace propias la nueva familia religiosa, es la “buena noticia” cotidiana de Beatriz, en las diferentes fases vitales y vocacionales.

No tenemos palabra ni escrito de Beatriz, pero tenemos la Palabra de Dios, el Cristo, que se hizo y dijo en la carne de los hombres, tomando humano concurso en María, concebida pura y limpia de original pecado. Por el fruto de santidad de su persona y de la Orden de la Inmaculada Concepción, Beatriz escribe una palabra que no tiene otra grafía, ni persigue otra gramática, ni tiene otro vocabulario que Cristo, Palabra de Dios que toma, en el constante anhelo del silencio contemplativo para sí y su comunidad, un decirse elocuente y callado al mismo tiempo, porque Cristo se ha dicho en el silencio de su misterio.

La misión de Jesús se cumple finalmente en el misterio pascual: aquí nos encontramos ante el «Mensaje de la cruz» (1 Co 1,18). El Verbo enmudece, se hace silencio mortal, porque se ha «dicho» hasta quedar sin palabras, al haber hablado todo lo que tenía que comunicar, sin guardarse nada para sí. Los Padres de la Iglesia, contemplando este misterio, ponen de modo sugestivo en labios de la Madre de Dios estas palabras: «La Palabra del Padre, que ha creado todas las criaturas que hablan, se ha quedado sin palabra; están sin vida los ojos apagados de aquel que con su palabra y con un solo gesto suyo mueve todo lo que tiene vida». Aquí se nos ha comunicado el amor «más grande», el que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15,13).
(Cf. BENEDICTO XVI, Verbum Domini, 12)
La clave interpretativa de Sta. Beatriz y de la Regla Concepcionista, no es otra que la fe. La Regla que aprueba la Bula “Ad statum prosperum”, el 17 septiembre de 1511, es una exégesis de la Palabra, una interpretación existencial que tiene su fundación en Beatriz y en la primera generación de compañeras; pues desde el inicio dice lo que viven, quieren vivir y vivirán. La Iglesia, con el Papa Julio II, como legislador último, sanciona canónicamente un carisma, que es exégesis de la Palabra. Exégesis evangélica, la forma vitae concepcionista, es la que en estos cinco siglos, cada generación concepcionista, ha profesado, es decir, ha proclamado con su consagración religiosa de seguimiento de Cristo.

&1: La Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción, fundamento de la legislación de la misma Orden, sea entendida y observada conforme a la mente de Santa Beatriz de Silva, según el sentido de la Iglesia y las sanas tradiciones de la Orden.

&2: Es de suma importancia que cada Monasterio y cada hermana lea y medite con pureza y simplicidad de espíritu la Regla, para mantenerse así fiel en el seguimiento del Evangelio de Jesucristo y en la imitación de María Santísima, a ejemplo de Santa Beatriz.
(
Cf. CC.GG.OIC., Art. 16)
De la fe brota el dinamismo que lleva a ponerse en camino en un encerramiento espiritual y perpetuo para buscar. Buscar día y noche, como en las parábolas evangélicas: aquella mujer que busca las diez monedas de su dote (Lc 15, 8-10), el pastor que busca la oveja perdida, dejando atrás las noventa y nueve (Lc 15,4-8); como el padre que sale al encuentro del hijo “que estaba muerto y vuelve a la vida, que estaba perdido y ha sido encontrado” (Lc 15, 1-32). Buscar en la intimidad del corazón la voluntad del Señor, porque la razón de ser concepcionistas tiene ecos sálmicos: “Tú rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro(Sal. 27.8).

“Esto ha significado repensar el sentido mismo de vuestra vocación, que comporta, ante todo, buscar a Dios, quaerere Deum: sois por vocación buscadores de Dios. A esta búsqueda consagráis las mejores energías y fuerzas de vuestra vida. Pasáis de las cosas secundarias a aquellas esenciales, hacia aquello que es verdaderamente importante; buscáis lo definitivo, buscáis a Dios, mantened la mirada vuelta a Él.”
(
Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea General de la Unión de Superiores Generales (USG) y de la Unión Internacional de las Superiores Generales (UISG), Sala Clementina, 26 de noviembre de 2010)
Vivir como buscadores de Dios a la escucha de la voluntad del Señor, quiere decir buscar lo que permanece, lo que no pasa. Hacerlo en comunidad, con los hermanos y hermanas que el Señor nos ha dado, que comparten la misma vida y misión. Buscarlo junto con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, viviendo lo que les ofrecemos, la vida nueva de la Palabra, en el Evangelio que asumimos como “forma vitae”. Vosotras en el “divino camino” (
Regla OIC, Art.2) en el seguimiento comunitario contemplativo: “La Orden de la Inmaculada es íntegramente contemplativa. Seducida por el amor eterno de Dios, vive el misterio de Cristo desde la fe, la oración constante, la disponibilidad y el ocultamiento silencioso (Cf. CC.GG.OIC., Art. 4); nosotros en seguimiento fraterno misionero ( Cf. CC.GG. OFM., Art. 1).
La concepcionista busca el Señor en la reducción espacial y en la concentración vital de la clausura, para contemplar hacia dentro, al Señor presente en la Eucaristía, en los otros sacramentos, en su Palabra que os introduce en el dialogo con Dios y os revela su rostro, hasta el punto de haceros apasionadas buscadoras y testimonio de Dios en el ocultamiento voluntario y liberador de la clausura, porque Cristo es vuestra Regla:

“En efecto, veo en la Regla unos manantiales de dinamismo permanente, que no se han fosilizado por determinaciones concretas, ni se han agotado, sino que son surtidores de espíritu de vida, de vitalidad, de sabiduría, que intenta acomodarse a las fuentes por una parte, y a las necesidades del momento presente por otra. Incluso, la Regla estimula con sus principios básicos a ir más allá del texto escrito… La Regla es Jesucristo… La Regla es María… La Regla es el Espíritu Santo, la Regla es el Padre… La Regla es la hermana… La Regla es el mundo… La Regla es la Iglesia… La Regla es la misma voluntad de progreso y cambio que inspiró a la primera generación de Concepcionistas…”
(
Cf. J. RODRÍGUEZ CARBALLO OFM, La Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción en el hoy de la Iglesia, pp.10-15)
Ser buscadores y testigos de Dios ha sido la pasión de veinte siglos de Vida Religiosa, de los cuales para vosotras, cinco siglos son camino concepcionista. Una historia que cada época, el Espíritu Santo, ha enriquecido con exigencia evangélicas, pero siempre en aras de la sequela Christi (
Cf. CONCILIO VATICANO II, Decreto Perfectae Caritatis). También hoy en el siglo XXI, estamos llamados a dar forma a la Vida Consagrada tornando continuamente a aquello que es esencial y no pasa. Pues el Concilio ha recordado que el seguimiento de Cristo es la norma fundamental de toda forma de vida religiosa.
Somos “mendicantes de sentido” (
Cf. El Señor nos habla en al camino, Documento Final del Capítulo General OFM, 2006, n.6), también vosotras en el interior del monasterio. La Vida Religiosa ha tomado una mayor conciencia de su identidad en el periodo postconciliar, periodo de gracia, que aún hoy, no somos capaces de vislumbrar con justicia, ni adivinar en sus consecuencias. Pero un dato es claro, la Vida Religiosa ha vivido un giro copernicano, un giro profundamente evangélico que desde el dinamismo natural de la gracia, sólo puede aportar frutos evangélicos (Cf. A. BOCOS MERINO, El giro dado en la renovación conciliar, in Vida Religiosa, monográfico, Tiempo de gracia, 45 años de postconcilio, 2010 (Vol.108) cuaderno 6, 71-77).
Necesitamos discernir una formación permanente nueva. Si discernir es algo que exige la naturaleza humana, pues el hombre se pregunta sobre el sentido y destino de su vivir; si para el cristiano el discernimiento es esencial en la búsqueda de la obediencia a la voluntad de Dios; para el religioso, el discernimiento, es el camino hacia la fidelidad y de su bienaventuranza (
Cf. M. MARTÍNEZ, “Discernimiento” en, ANGEL APARICIO (dir.) Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Madrid 1992, pp 518-542).
Discernir es intrínseco a la Vida Religiosa, pero el discernimiento es radicalmente necesario para la Vida contemplativa. El discernimiento concepcionista está llamado a tender evangélicamente a hacer el bien, y por tanto no puede hacer otra cosa que caminar hacia Cristo y abrir continuamente la Palabra de Dios a cada hora del día y de la noche, pues vive en vela de la llegada del Esposo, en el monasterio, casa de la Palabra (
Cf. P. AVELLANEDA RUIZ, “La Casa de la Palabra”, en Vida Religiosa, Vol.111; 154-158), en María Inmaculada, Madre del Verbo, “Virgen hecha Iglesia” (S. FRANCISCO DE ASÍS, Saludo a la Bienaventurada Virgen María, 1).
“La concepcionista realiza el seguimiento de Cristo, a ejemplo de María, en el silencio que facilita la escucha de la Palabra, en la obediencia a los planes de Dios sobre el mundo y la propia persona, en las sencillas tareas cotidianas de la vida y en la entrega generosa de la capacidad de amar, del deseo de poseer y de la libertad de disponer libremente de la propia vida.”
(
Cf. CC.GG.OIC., Art. 13)
El Evangelio como punto de partida y meta de llegada (
Cf. Caminar desde Cristo, Presentación del Ministro General. El Evangelio como punto de partida), es el itinerario de la contemplación concepcionista y de la misión franciscana. No es una estrategia, sino una forma de vida que persigue continuamente un encuentro y en esta búsqueda se enciende cada día, perennemente, en el fuego del Evangelio, porque en la Escritura se alimenta e inspira (A. APARICIO RODRÍGUEZ, Inspiración bíblica de la Vida Consagrada, Col. Monogragías 11, Ed. Publicaciones Claretianas, Madrid 2011).
“Por lo que se refiere a la vida consagrada, el Sínodo ha recordado ante todo que «nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida». En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte «en “exegesis” viva de la Palabra de Dios». El Espíritu Santo, en virtud del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que «ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla», dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica.

Quisiera recordar que la gran tradición monástica ha tenido siempre como elemento constitutivo de su propia espiritualidad la meditación de la Sagrada Escritura, particularmente en la modalidad de la lectio divina…

Deseo hacerme eco una vez más de la gratitud y el interés que el Sínodo ha manifestado por las formas de vida contemplativa, que por su carisma específico dedican mucho tiempo de la jornada a imitar a la Madre de Dios...”
(
BENEDICTO XVI, Verbum Domini. Sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia, La Palabra de Dios y la Vida Consagrada, n. 83)
La forma di vida concepcionista no es optar por una imitación más perfecta de Cristo, porque la imitación puede tener sabor a exclusividad, y además puede pretender una representación, una actuación repetitiva, como se escenifica en un teatro un personaje. La forma de vida concepcionista, por su salazón franciscano ha adquirido el seguimiento como clave de entender su vivir en Cristo. Seguir las huellas del Señor Jesús, es tender hacia una personalización vital, interna, profunda, que tiene a la comunión, no a la repetición, sino al encuentro, a la fusión esponsal con Cristo, una fusión sin confusión, en una relación de totalidad libre, de absoluto, de entrega, de donación, que tiene en el misterio de la Concepción Inmaculada la celebración de este encuentro esponsal, pues sólo María ha participado totalmente a los “mysteria carnis Christi”, hasta hacerse plenamente conforme al Hijo Resucitado. (
Cf. V. BATTAGLIA, Sentimenti e Bellezza del Signore Gesù. Cristologia e Contemplazione 3, Corso di Teologia Sistematica, complementi 10, pp.51-56)
“La Regla de la OIC… se ha mostrado una Regla profundamente rica y original. Posee una potente creatividad dentro de ese equilibro de valores, originalidad teológica y espiritual y organizativa. Supone un movimiento espiritual altamente cualificado, que no se puede reducir a golpes de moda. No se trata de ninguna ligereza ni de preocupaciones superficiales. Es indudable que hay detrás pensadores, pensadoras de un alto nivel de espiritualidad, de teología. Con una enorme sensibilidad espiritual, con el arte del equilibrio y de la síntesis para conjugar elementos múltiples: centralidad del misterio de la Inmaculada Concepción, tradición monástica, lectura franciscana del Evangelio.”
(
J. UNANUE URRESTARAZU, Estudio comparativo de la Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción con las reglas de la Orden de Santa (Centenario 1511-2011), La Regla y Forma de vida de la Orden de la Inmaculada Concepción. V Centenario de su aprobación 1511-2011. Estudio y Comentario, Cuenca 2010, 98. Todo el artículo es muy interesante, pp. 47-99)
Todos los fundadores son centinelas de la Palabra (
Cf. La Palabra de Dios y la Vida Consagrada - (Cf. Instrumentum laboris n. 52) Intervención en el Sínodo sobre la Palabra, José Rodríguez Carballo, 15.10.2008), oyentes incansables de la Palabra hasta hacer de su vida una repuesta ágil y profética a ella. Vivir como concepcionista es vivir de la Palabra y en la Palabra. De otro modo, es un intento inútil de perfección religiosa. Vivir de la Palabra es permear todo el hacer y el decir, el vacar y el callar de una voz que como un hilo va envolviendo a la religiosa en un vestirse y revestirse para un encuentro: “Yo exulto con el Señor y me alegro con mi Dios, por que me ha vestido con un traje de fiesta y me ha envuelto con un manto de triunfo, como novio que se pone su corona, como novia que se adorna con sus joyas…” (Is 61,10)
“Aquellas que, inspiradas y llamadas por Dios, desean abandonar la vanidad del siglo y, vistiendo el hábito de esa Regla, despojándose con Jesucristo nuestro Redentor, a honra de la Inmaculada Concepción de su Madre, prometerán vivir siempre en obediencia, sin propio y en castidad, con perpetua clausura.”
(
Regla OIC., Art.1)
Se podría objetar que en toda Regla no aparece el término “seguimiento”, pero resulta evidente que la Regla trasparenta una vida de total unión con Jesucristo, ya desde el primer artículo. Pues “desposarse con Jesucristo” tiene la fuerza de indicar el seguimiento de Jesucristo como un compartir su vida y estar unido a él, en amor y afecto. Esta forma de vida se califica como un desposorio (
Cf. A. PINEDO, La forma de vida de la Orden de la Inmaculada Concepción, a la luz de la Regla, en La Regla y Forma de vida de la Orden de la Inmaculada Concepción. V Centenario de su aprobación 1511-2011. Estudio y Comentario, Cuenca 2010, 249). La síntesis seguimiento-esponsalidad se fragua en las Constituciones:
“La Orden de la Inmaculada Concepción, fundada por Santa Beatriz de Silva, es un Instituto Religioso en el que las Monjas, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, viven el Evangelio según la Regla y forma de vida, aprobada por el Papa Julio II. La Orden es conocida también con el nombre de Concepcionistas Franciscanas.

Las concepcionistas se consagran totalmente a Dios, desposándose con Jesucristo nuestro Redentor, a honra de la Concepción Inmaculada de su Madre, por la profesión de los consejos evangélicos de obediencia, sin propio y en castidad, vividos en comunión fraterna y en perpetua clausura”
(
Cf. CC.GG. OIC., Art. 1-2)
Una vida de seguimiento desposándose con Jesucristo desde la celebración y el recuerdo del misterio de la Inmaculada Concepción de María, deseando tener siempre el Espíritu del Señor, celebrando y venerando el hacer de Dios en María… tal como es la forma de vida concepcionista, sólo puede vivir y subsistir hundiendo sus raíces hacia lo más profundo de la tierra espiritual de la Iglesia, en la Palabra. (
Cf. La Palabra de Dios y la Vida Consagrada - (Cf. Instrumentum laboris n. 52) Intervención en el Sínodo sobre la Palabra, Fr. José Rodríguez Carballo, ofm - Ministro general, 15.10.2008)
La asiduidad vital con la Palabra, viste los días de la vida contemplativa con el ritmo de la liturgia, pues se encamina hacia un encuentro. La formación forma para ese encuentro, para saber escuchar qué dice y qué quiere, el Cristo. Vestirse y revestirse cada día de la Palabra, es hacer de la Palabra el hábito del corazón, la medalla del alma.

“El hábito de las monjas de esta Orden será: la túnica y el hábito con el escapulario sean de color blanco, para que la blancura exterior de este vestido dé testimonio de la pureza virginal del alma y del cuerpo; el manto sea de paño basto o estameña color jacinto, por su significado místico, puesto que el alma de la Virgen gloriosa fue hecha toda desde su creación tálamo celesta y singular del Rey eterno”
(Cf. Regla OIC, n. 6)
“Llevarán en el manto y en el escapulario la imagen de nuestra Señora, rodeada de rayos y con la cabeza coronada de estrellas. En el escapulario la imagen irá suspendida sobre el pecho… en el manto, ira cosida al hombro derecho”
(
Cf. Regla OIC, n.7)
La acogida de la Palabra ha alcanzado su punto más alto en María. La relación de María con la Palabra, ilumina la relación vocacional y formativa de la concepcionista con la Palabra. San Francisco hablaba de la familiaridad con la Palabra, de la que estamos llamados a ser esposos, hermanos e hijos (
S. FRANCISCO DE ASÍS, 2 Carta a los fieles 48-53).
“En esta circunstancia, deseo llamar la atención sobre la familiaridad de María con la Palabra de Dios. Esto resplandece con particular brillo en el Magnificat. En cierto sentido, aquí se ve cómo ella se identifica con la Palabra, entra en ella; en este maravilloso cántico de fe, la Virgen alaba al Señor con su misma Palabra: «El Magníficat – un retrato de su alma, por decirlo así– está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada».
(
Cf. Verbum Domini, n. 28)
El Papa Benedicto ha vuelto a proponer a María como aquella que se mueve con toda naturalidad en la Palabra de Dios (
Cf. Verbum Domini, nn. 27-28.48.88.123). María se ha de convertir en el modelo del camino de seguimiento de la concepcionista “María, sigue a Cristo por la escucha fiel de su palabra, por el servicio y por la entrega de los derechos maternos junto a la Cruz, y se convierte en camino de seguimiento.” (CC.GG.OIC., Art. 12)
Conclusión

La formación concepcionista del siglo XXI, será evangélica y permanente o no será aquello que está llamada a ser, instrumento de contemplación comunitaria de Cristo, al que se sigue vitalmente desde la celebración litúrgica de la obra maravillosa de Dios en María, en el misterio de su pura y limpia Concepción.

Estáis “llamadas” a responder a los nuevos retos de la formación permanente; para estar “inspiradas” al buscar las fuentes de la renovación de la formación concepcionistas en nuestros días, pues como “desposadas” como María, vuestro modelo, camináis en el seguimiento de Cristo, en consagración, en comunidad y en contemplación.

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Retosformativos actuales
.
Vivir la formación desde el corazón hacia la vida, del interior al exterior, de dentro a fuera.
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Vivir en el mundo que nos ha tocado vivir, abrazando formativamente nuestra generación y nuestra época, pues sois contemplativas de esta generación y en esta hora.
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Vivir hasta el fondo la existencia, con sus luces y sombras, formaros para vivir como mujeres, cristianas y concepcionistas durante toda la vida.
.
Vivir en Dios, por Dios y para Dios, formaros dinámicamente en el seguimiento de Cristo.
.
Vivir celebrando a María, modelo permanente de configuración esponsal con Cristo.
. Fuentes para la renovación de la formación concepcionista
.
El monasterio (la comunidad) es el espacio natural de la vida concepcionista, también de la formación permanente e inicial.
. La formación permanente, a nivel personal, se orienta:
a. Crecer y madurar en la vida espiritual

. Alcanzar la gracia de la contemplación.

. La formación permanente, a nivel comunitario:

a. Debe favorecer y garantizar, la armonía, los momentos, y los factores esenciales:

-
el alimento diario de la Eucaristía, la liturgia, la lectio divina, la devoción mariana, la ascesis el trabajo, el ejercicio de la caridad fraterna, la experiencia de la soledad y del silencio.

. María, modelo del seguimiento concepcionista de Cristo:

a. Nacidas de la Palabra de Dios, en la Regla Concepcionista que es exégesis de la Palabra.

b. Desposadas a la escucha de la Palabra, que es la vocación contemplativa concepcionista.

c. Seguir a Cristo-Esposo, como María, modelo de configuración concepcionista en la Palabra.

Este es el recorrido que hemos intentado, con respeto y afecto, describir en estás páginas, en razón de una página, la Bula que firmara el 17 de septiembre de 1511, el Papa Julio II. Página de vida eclesial y religiosa que habéis profesado durante cinco siglos.

Sois el testigo de Beatriz de Silva en esta hora, ella os ilumina con la luz de su frente. Pues vuestra fundadora es estrella de aquella “Mujer, vestida de sol, rodeada de estrellas, la luna por pedestal…” (Ap 12,1).

María es la primera concepcionista, ella os abre el camino cada día, todos los días, para empezar de nuevo a vivir el Evangelio. En éste caminar, en comunión espiritual, concepcionistas y franciscanos, somos compañeros y discípulos, como los Emaús, para ayudarnos en el divino camino, Cristo, bendito fruto de María.

“La abadesa y las monjas se esmerarán en observar perfectamente esta Regla y forma de vida, para que permaneciendo siempre humildes y sometidas y estables en la fe católicas, guarden hasta el fin los votos que al Señor prometieron.”
(
Cf. Regla OIC, n. 46)
Ave María Purísima. Amén.

FICHA PARA EL TRABAJO EN GRUPO

  • Retosformativos actuales
    • Vivir la formación desde el corazón hacia la vida, del interior al exterior, de dentro a fuera.
    • Vivir en el mundo que nos ha tocado vivir, abrazando formativamente nuestra generación y nuestra época, pues sois contemplativas de esta generación y en esta hora.
    • Vivir hasta el fondo la existencia, con sus luces y sombras, formaros para vivir como mujeres, cristianas y concepcionistas durante toda la vida.
    • Vivir en Dios, por Dios y para Dios, formaros dinámicamente en el seguimiento de Cristo.
    • Vivir celebrando a María, modelo permanente de configuración esponsal con Cristo.
    • Fuentes para la renovación de la formación concepcionista
      • El monasterio (la comunidad) es el espacio natural de la vida concepcionista, también de la formación permanente e inicial.
      • La formación permanente, a nivel personal, se orienta:
  1. oCrecer y madurar en la vida espiritual
  2. oAlcanzar la gracia de la contemplación.
  • La formación permanente, a nivel comunitario:
  1. oDebe favorecer y garantizar, la armonía, los momentos, y los factores esenciales:

- el alimento diario de la Eucaristía, la liturgia, la lectio divina, la devoción mariana, la ascesis el trabajo, el ejercicio de la caridad fraterna, la experiencia de la soledad y del silencio.

  • María, modelo del seguimiento concepcionista de Cristo:
  1. oNacidas de la Palabra de Dios, en la Regla Concepcionista que es exégesis de la Palabra.
  2. oDesposadas a la escucha de la Palabra, que es la vocación contemplativa concepcionista.
  3. oSeguir a Cristo-Esposo, como María, modelo de configuración concepcionista en la Palabra.

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- LOS RETOS FORMATIVOS,

- LAS FUENTES RENOVADORAS DE LA FORMACIÓN

- MARÍA, COMO MODELO DEL SEGUIMIENTO CONCEPCIONISTA EN LA FORMACIÓN.