sexta-feira, 20 de maio de 2011

(continuação)
LA REGLA
DE LA ORDEN
DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

EN EL HOY DE LA IGLESIA
Carta del Ministro General OFM
a todas las Hermanas
de la Orden de la Inmaculada Concepción,
en el V Centenario de la aprobación de la Regla de la OIC
La Regla en la dinámica eclesial de hoy
No quiero en esta carta describir los elementos constitutivos de vuestro carisma. Veo con satisfacción que algunas de vosotras y algunos hermanos estáis dedicando una estupenda labor al estudio, conocimiento y exposición de vuestro carisma. La reciente publicación La Regla y forma de vida de la Orden de la Inmaculada Concepción, Estudio y comentario, en la que yo mismo he colaborado, es un claro ejemplo. En este momento precioso de vuestra historia yo quisiera extraer de vuestra Regla el dinamismo que os mueva a poner los ojos en el futuro, hacia el cual el Espíritu nos empuja (Cf. VC ,110), para abrazarlo con esperanza (Cf. NMI, 1). Mejor dicho, quisiera que el dinamismo que contiene la Regla os sostenga en el proceso que ya estáis viviendo.
En efecto, veo en la Regla unos manantiales de dinamismo permanente, que
no se han fosilizado por determinaciones concretas, ni se han agotado, sino que son surtidores de espíritu de vida, de vitalidad, de sabiduría que intenta acomodarse a las fuentes por una parte, y a las necesidades del momento presente por otra. Incluso, la Regla estimula con sus principios básicos a ir más allá del texto escrito. En este contexto me parece claro cuento sigue:
La Regla es Jesucristo el Señor, Esposo y Modelo, con quien vosotras os habéis desposado por la profesión y a quien vosotras, como nosotros, queremos seguir más de cerca, bajo la acción del Espíritu (Cf. CCGG, OIC, 1), viviendo en obediencia, sin propio y en castidad (R. OIC, 1). Recordad siempre, mis queridas hermanas, “los días primeros” de vuestra entrega a Él (cf. Hb 10, 32), alimentando ese primer amor (cf. Os 2, 9), con una intensa oración contemplativa, la escucha cotidiana de la Palabra de Dios (Cf. CCGG, OIC 77, 1), la Liturgia de las Horas (Cf. CCGG, OIC, 78-79), y la práctica sacramental, particularmente la Eucaristía (Cf. CCGG OIC, 75-76). No
apaguéis nunca el Espíritu del Señor y su santa operación (R. OIC, 30), y, puesto que Cristo es vuestra Regla suprema, “Tened entre vosotras los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Fil 2, 5).
La Regla es María, “plasmada y hecha nueva criatura por el Espíritu Santo” (LG, 56, cf. CCGG, OIC, 8), de quien es sagrario viviente21, cuyo misterio de su Concepción Inmaculada osproponéis servir, contemplar y celebrar (LG, 53, cf. CCGG, OIC, 8). María Inmaculada prodigio de santidad, crecimiento en gratuidad y belleza, hecha entrega en su perfil de pobre, sencilla, libre,
os sirva de modelo en el seguimiento de Cristo (CCGG, OIC, 9, 1). María, la “virgen hecha iglesia” (SalVM, 1), os ayude a renovar cotidianamente vuestro heme aquí (cf. Lc 1, 38), y, al mismo tiempo, a saber estar y permanecer, en los momentos gozosos, como Caná (cf. Jn 2,1), en los momentos dolorosos, al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), y, en toda circunstancia, cuando y donde os necesiten (cf. Hch 1, 14).
La Regla es el Espíritu Santo y su labor en lo hondo de la contemplación.
Procurad, por tanto, mis queridas hermanas, “tener sobre todas las cosas el Espíritu del Señor y su santa operación, con pureza de corazón y oración devota” (CCGG, OIC, 69, 1). Entregaros al Espíritu que viene en vuestro auxilio y os conducirá a contemplar el amor del Padre y os moverá a exclamar: Abba, Padre! (CCGG, OIC, 70, 2). Es la fuerza del Espíritu la que os liberará de un espíritu de miedo y de cobardía ante los muchos desafíos que tenemos que enfrentar. Es el Espíritu el que os empujará a mirar al futuro con esperanza, y mantener viva vuestra pasión en el presente. Es el Espíritu el que mantendrá firme nuestra fe en los momentos difíciles. Él es parresia, fuerza, audacia. Abrid, mis queridas hermanas, vuestro corazón al Espíritu y Él hará en vosotras cosas maravillosas, verdaderos prodigios, como en la vida de María de Nazaret.
La Regla es el Padre amoroso que llama por amor y quiere ser amado con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (cf. Dt 6, 4; Mt 22, 37).
Buscad constantemente el rostro de ese Padre: en la Palabra (VD, 86); en las hermanas que el Señor ha puesto en vuestro camino; buscadlo en los hombres y mujeres de nuestro tiempo, particularmente en los más pobres, a los cuales sois llamadas a restituir el don del Evangelio, particularmente con vuestra vida; buscadlo en la Iglesia, nuestra madre (Benedicto XVI, Audiencia a los Superiores generales, 26 de noviembre 2010). Sea vuestra primera preocupación alcanzar la unión con Él (Cf. CCGG, OIC 74, 1), y, desde la soledad y el silencio (Cf. R. OIC, 42), con pureza de corazón y oración devota (R. OIC 30), permaneced en diálogo constante con Él (Cf. CCGG, OIC, 69, 2). Nada os aparte de Aquel que para san Francisco y Santa Beatriz fue el TODO (cf. AlD 3).
La Regla es la hermana, regalo del gran limosnero, el Padre Dios. A cada una de vosotras toca acoger a la hermana “como don del Señor” (CCGG. OIC, 100), en su propia realidad y
con sus dones particulares, “ofreciéndole la posibilidad de desplegar plenamente su vocación comunitaria y sus dones de naturaleza y de gracia” (Idem), recordando que “cada hermana es lugar privilegiado de comunión con Dios” (Cf. CCGG, OIC, 95, 1). Manteneos unidas en torno a Cristo (Cf. Idem). Que nada ni nadie os separe. “Desde el misterio de María” vivid las unaspara las otras, “en el trabajo, en las responsabilidades y en la vivencia de la fe” (CCGG, OIC, 99); amándoos como hermanas, siendo compasivas y misericordiosas unas con otras (cf. 1P 3, 8-9). Construid la vida fraterna desde la escucha de la Palabra, la celebración de la Eucaristía, la oración comunitaria, la vivencia del carisma y la puesta en común de todos los bienes (Cf. CCGG, OIC, 101). Asumid, mis queridas hermanas, la responsabilidad que os incumbe en la vitalidad, el crecimiento y la unidad de la fraternidad (Cf. Idem). Cada una esfuércese en manifestar “la ternura y el amor de Cristo en e respeto mutuo, en la confianza, en la ayuda recíproca y en el perdón ofrecido como Dios nos lo ofrece en Cristo” (cf. Ef 4, 35) (CCGG, OIC, 103). No se puede ser solo consumidores de fraternidad. Es necesario ser activos constructores de la misma. Desde esa responsabilidad, trabajad incansablemente en la búsqueda de medios adecuados para recrear la comunión, la intercomunicación y la calidez y verdad en las relaciones entre vosotras (Cf. Benedicto XVI, idem); trabajad sin descanso para lograr que vuestras fraternidades sean fraternidades signo, fraternidades proféticas; familias unidas en Cristo y en el carisma concepcionista; fraternidades que sean en nuestro mundo dividido y fragmentado “signo y sacramento del misterio de la Trinidad” (CCGG, OIC. 95, 2); fraternidades donde unas seáis don para las otras, y donde todas viváis desde la lógica del don, como alternativa a la lógica del precio, de la ganancia, de la utilidad y del poder, que domina en nuestros días.
La Regla es el mundo en que nos ha tocado vivir. Sin ser del mundo (cf. Jn 17, 14ss), habéis de sentiros parte de este mundo que Dios ama (cf. Jn 3, 16). No seáis meras espectadoras de lo que sucede en torno a vosotras, y en vosotras mismas. No podéis vivir de espaldas al devenir del mundo. Ninguna situación de dolor os sea ajena. Sufrid con los que sufren, alegraos con los que se alegran, llevad a todos en vuestro corazón contemplativo y en vuestra oración (Cf. GS, 1). Con los hombres y mujeres de nuestro tiempo sed también vosotras “mendicantes de sentido”. Mientras os dejáis interrogar por los signos de los tiempos (cf. Lc 12, 56), y de los lugares, e intentáis dar
una respuesta desde el Evangelio (GS 4), y, desde vuestra forma de vida concepcionista, a través de vuestra oración interrumpida (cf. 1Ts 5, 17), a ejemplo de Santa Beatriz, ayudad a construir la ciudad terrena (Cf. CCGG, OIC, 74, 1-2).
La Regla es la Iglesia. Colaborad con la Iglesia y su misión evangelizadora con vuestra oración, vuestra penitencia y vuestra entrega incondicional al Señor. Esa misma colaboración os la pido, con mucha confianza y como hermano, con nuestra Orden. Por otra parte, acoged con docilidad cualquier indicación que pueda llegar de parte de la Iglesia para pasar de lo bueno a lo mejor en vuestra vivencia del carisma concepcionista.

La Regla es esa misma voluntad de progreso y de cambio que inspiró a la primera generación de Concepcionistas el ardiente deseo de tener Regla propia, dejando formulaciones anteriores. En este sentido os invito, desde la fidelidad al carisma recibido, a la creatividad y fantasía evangélicas que harán posible quevuestra vida sea realmente significativa en nuestro mundo, poniendo en vuestra vida ese aire ilusionado y gozoso por vuestra propia vocación concepcionista, y vitalizado por el deseo de crecimiento, en respuesta al Señor que llama e inspira.

La Regla de la OIC, aprobada hace ahora 500 años, sigue siendo amada y retenida con gozo por las hermanas. Es muy bello que, después de cinco siglos, toda la Orden esté de acuerdo en esto, por encima de toda diferencia. Y más bello todavía es constatar que las hermanas sois felices de pertenecer a la Orden que arranca de la Regla, y que hay ganas de vivir con fidelidad, comprender y llevar a caso esa forma de vida sigilada con la autoridad de la Iglesia el 17 de septiembre de 1511. Y todo ello aun en medio de las limitaciones, no pequeñas, como la falta de vocaciones, el creciente envejecimiento de las hermanas en algunos países, así como los retrasos
en la formación.
Con todo, la entrega de muchas hermanas es portadora de vida y de esperanza, aun cuando su expresión a veces no sea completa. En este sentido bien podemos decir que esa vida es la mayor riqueza que posee la Orden, la mayor riqueza que poseemos todos aquellos que formamos parte de la gran familia franciscana.
(continua)

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