quinta-feira, 26 de maio de 2011

LA OBEDIENCIA COMO CONSEJO EVANGELICO

SEGUN EL DOCUMENTO "FACIEM TUAM, DOMINE, REQUIRAM":

EL SERVICIO DE LA AUTORIDAD Y LA OBEDIENCIA.

Conferência proferida por

Fr. Rafael Blanco Pérez, ofm.

Delegado General "Pro-Monialibus"

a 26 de Maio de 2011

-LA OBEDIENCIA COMO ESCUCHA:

El voto de obediencia es el compromiso de escuchar a Dios que nos habla de diversas maneras:

a-) Dios nos habla por medio de su Palabra.

Esta Palabra dirigida a Abraham, a Moisés, a los Profetas, alcanzó su plenitud en la persona de su Hijo, "a quien instituyó heredero de todo" (Hb 1,1-2).

Este Hijo se hizo obediente al Padre "hasta la muerte y una muerte de cruz" (Flp 2,8). Cristo es aquel que por medio de su obediencia nos ha liberado. Es Él quien inspira nuestra obediencia para que también a través de nosotros se cumpla el plan divino de salvación.
Por lo tanto el fundamento de la obediencia es fundamento evangélico; es el evangelio lo que inspira la obediencia y ésta se realiza en el casi perfecto acuerdo de la misma con el espíritu evangélico, con el espíritu de la regla de cada orden. La buena disposición de aceptar una regla común y una dirección (los superiores, las superioras) manifiesta un espíritu de unión y concordia que generosamente se adapta a los deseos, a los proyectos, a las necesidades y muchas veces a los gustos de los otros, un espíritu de unión y concordia que conlleva el entusiasmo a hacer la voluntad de Dios en todas las cosas como un signo de la misma caridad, del mismo amor hacia Dios que llevó a Cristo a decir: "Yo siempre hago las cosas que complacen a mi Padre" (Jn 8, 29). Y como la Iglesia ha investido a los superiores con su autoridad, la obediencia como consejo evangélico está avalada para todos aquellos textos que recomiendan sumisión a los poderes legítimos y especialmente por el texto siguiente:" Aquel que te escucha, me escucha" (Lc 10,16).
Ésta escucha de la Palabra, que es definitiva escuchar a Jesús, es lo que nos constituye verdaderos discípulos que siguen muy de cerca al Maestro, obedientes a su palabra y para quien su alimento era hacer la voluntad del Padre (Jn 31-34). Ser obediente a la voluntad del Padre no fue para Jesús una limitación a su libertad ni una restricción a su autonomía. Era el alimento que le daba fuerza y lo robustecía. El modelo y la motivación de nuestra obediencia es la obediencia de Jesús al Padre. Por eso nuestra obediencia es una obediencia que manifiesta la grandeza liberadora de una dependencia filial y no servil, una dependencia rica de sentido de responsabilidad y animada por la reciproca confianza existente entre el superior y el súbdito, una obediencia que se manifiesta como seguimiento a Cristo y participación en su misión
redentora, una obediencia que se manifiesta en hacer lo que Cristo ha hecho y lo que Cristo haría en la situación en la cual nos encontramos hoy (actualizada y personalizada), una obediencia consolidada por la fe, por la humildad, por el ofrecimiento de sí mismos. "En consecuencia, la obediencia no es humillación sino verdad sobre la cual se construye y realiza la plenitud del hombre ..... A imitación de Cristo y aprendiendo de Él, con gesto de suprema libertad y confianza sin condiciones, la persona consagrada ha puesto su voluntad en las manos del Padre para ofrecerle un sacrificio perfecto y agradable (cf. Rm 12,1)" (Documento "El Servicio de la Autoridad y la Obediencia", Ed. Vaticana,Ciudad del vaticano, 2008, pago 13)
Esta escucha de la Palabra nos ayuda a comprender que la obediencia es un don que se transforma en principio de comportamiento, exigencia de la inteligencia y de la libertad del hombre, no simplemente instinto (y menos instinto de conservación), por lo tanto requiere que como personas conscientes la aceptemos y la realicemos con un gran sentido de responsabilidad personal, es decir, que mirada de ésta manera, la obediencia es un don que se hace exigencia, que se hace deber. Para la persona consagrada, para el religioso, para la religiosa, obedecer en éste contexto no significa no hacer la propia voluntad, obedecer no es renuncia a la propia voluntad, sino actuación de la voluntad de Dios que es infinitamente libre y nos ha creado libres. La obediencia no es pues una "mortificación voluntaria", no es una limitación, una "clausura interior", sino más bien una apertura al infinito; no la renuncia a la propia voluntad, sino la capacidad de cumplir con la propia voluntad, la voluntad de Dios, que en definitiva es el gran enriquecimiento, la gran elevación de la voluntad del hombre, de la libertad del hombre. Una libertad que no es la libertad individualista del que entiende libertad como la posibilidad de "hacer lo que le de la gana" sin restricción alguna, sino la libertad de ser, la libertad de aquel que ama. En el caso de nosotros, de aquel que es en una Orden especifica y ama sin reservas dicha Orden. Si fallamos en el ser y en el amar en dicha Orden y a dicha Orden, nos convertimos en un grupo de personas o de individuos que ocasionalmente cooperan, que trabajan a veces demasiado o a veces poco, que oran o rezan mucho o de pronto muy poco, que de vez en cuando se divierten, un grupo en el cual la obediencia se reduce a la imposición de la voluntad del superior, sin una búsqueda común seria y amante del ser y del hacer. Sin una búsqueda así- seria y amante- el voto puede volverse inhumano y alienante.
Escuchar la Palabra es escuchar la voz del Maestro "que llega hoy llena de un pasado femenino (desde María de Nazaret hasta María Magdalena) de santidad y de contenidos de vida nueva Nada es más hermoso y misterioso para la mujer consagrada de hoy que, en el seguimiento a Jesús, está llamada a recorrer la vía del Corazón de Dios y del Corazón del hombre" ("Vita Consecrata", Autori Vari, Ed. Rogate, Roma, 1996, pag 171)
b-) Dios nos habla por medio del otro.

Éste es el comienzo o inicio de la verdadera obediencia, es decir, cuando permitimos que nuestro hermano o nuestra hermana hablen y nosotros escuchamos. Para vivir ésta dimensión de la obediencia se necesita una apertura de la mente y del corazón. Pero dicha apertura se da en un proceso, en un aprendizaje que va haciendo camino hasta llegar al momento en que la obediencia se perfecciona, pues quienes mandan y quienes obedecen llegan a compartir una misma mente y un solo corazón (cf. Hch 2, 42-47). Ante éste logro que ha sido lento y progresivo, la noción de "obediencia ciega", equivaldría a un aprendizaje ciego, es decir, una comunidad totalmente obediente en la que nadie anhela hacer algo o si lo anhela no se le permite realizarlo. Una obediencia "reducida a la relación superior-religioso, donde el primero da al segundo una orden que debe ser ejecutada sin titubeos, sin vacilación y sin resistencia. Aún hoy, en algunos sectores, cuando se habla de obediencia en la vida religiosa, es fácil que se la circunscriba en relación entre dos personas: el superior y el súbdito (
"Il Servicio dell' Autoritá e l'Obbedienza", Autori Van, CISM, Roma 2009, pag 29).
El voto de obediencia es sin duda un compromiso que se realiza en la Comunidad, en la Fraternidad. Es el compromiso de escuchar a Dios que nos habla por medio de los otros, llegando a convertirse dicha escucha en misión que se ejecuta, confiando profundamente en Dios. Entonces dicho compromiso - disponibilidad generosa- es con Dios y con los otros. Y como hemos anotado anteriormente, es una ejecución libre: "Me comprometo porque quiero". De esta manera, porque queremos, nos ponemos a disposición del Reino de Dios, escuchando la voz de los hermanos.

Surge entonces la necesidad de crear o seguir creando instancias de diálogo y de opinión. Al respecto tenemos y según la tradición, dos instancias: el Capítulo y el Discretorio o consejo. En estas instancias se debe saber escuchar, reconocer las faltas, proponer con claridad y valor y corregir mutuamente las actitudes dominadoras. En estas instancias se debe buscar en conjunto la verdad.

La verdad y la comunidad son inseparables. Por eso un gobierno -Superior, Abadesa, etc- toma tiempo y presupone responsabilidad de todos y no de una persona (el preferido o la preferida) o de un grupo (el grupito de amigos o de amiguitas) para la marcha de la Comunidad o de la Fraternidad. Es posible que el Capítulo o el Discretorio no sean suficientes, es decir, sean las únicas instancias, pero a lo largo de la marcha son la manera más efectiva para forjar comunidad, fraternidad, para fortalecer la maduración y plena participación. En estas instancias tenemos la oportunidad de "reconocer en los avatares de la vida y en las exigencias propias de nuestra vocación especifica la voluntad de Dios… La Regla y demás ordenaciones se convierten en mediación humana, si, pero autorizada; imperfecta pero al mismo tiempo vinculante, punto de partida del que arrancar cada día y punto también que sobrepasar con impulso generoso y creativo hacia la santidad que Dios quiere para cada consagrado. En este camino la autoridad tiene la obligación pastoral de guiar y decidir". (
"Documento "El Servicio de la Autoridad y la Obediencia", Ed. Vaticana, Ciudad del Vaticano, 2008, pago 14).
La verdad y la comunidad -hemos anotado- son inseparables, porque la comunidad está llamada a buscar continuamente la verdad en todas las cosas, en el transcurrir de la vida, especialmente, de la vida de los otros. Esto es 10 que el documento llama "la obediencia fraterna" (
Idem. pag 35). Y trae a colación dos citas importantes. Una de la Regla de san Benito: "El bien de la obediencia nq sólo han de prestado todos a la persona del Abad, porque también han de obedecerse los hermanos unos a otros, seguros de que por este camino de la obediencia llegarán a Dios" (Idem. pag 35). Y continúa diciendo el Santo:
"Se anticiparán unos a otros en las señales de honor". "Se tolerarán con suma paciencia sus debilidades, tanto fisicas como morales. Se emularán en obedecerse unos a otros. Nadie buscará lo que juzgue útil para sí, sino más bien, para los otros" (Idem. pag 35). y la otra referencia la hace el documento a San Basilio Magno quien se pregunta: "En qué modo es necesario obedecerse los unos a los otros?" Y responde: "Como los siervos a los amos según nos ordenó el Señor: Quién quiera ser grande entre vosotros, sea el último de todos y el siervo de todos (cf. Mc 10,44); después añade estas palabras aún más impresionantes: "Como el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir" (Mc 10, 45), Y de acuerdo con cuanto dice el Apóstol: "Por el amor del Espíritu, sed siervos los unos de los otros" (Gal 5,13)". (Idem. pag 35).
Esta obediencia fraterna la describe muy bien el documento cuando nos dice: "La verdadera fraternidad se fundamenta en el reconocimiento de la dignidad del hermano o la hermana, y se lleva a cabo en la atención al otro y a sus necesidades, así como en la capacidad de alegrarse por sus dones y logros, en el poner a su disposición el propio tiempo para escuchar y dejarse iluminar. Pero todo esto exige ser interiormente libres. Ciertamente no es libre el que está convencido de que sus ideas y soluciones son siempre las mejores; el que cree poder decidir solo, sin falta de mediaciones que le muestren la voluntad divina; el que siempre tiene la razón y no duda de que son los otros quienes deben cambiar; el que solamente piensa en sus cosas y no se interesa por las necesidades de los demás; el que piensa que la obediencia es cosa de otros tiempos y algo impresentable en nuestro mundo desarrollado. Y al contrario, es libre la persona que de forma continua vive en tensión para captar, en las situaciones de la vida y sobre todo en la gente que vive a su alrededor, una mediación de la voluntad del Señor, por misteriosa que sea. Para esto "nos ha liberado Cristo, para que seamos libres" (Gal 5,1). Nos ha liberado para que podamos encontrar a Dios por los innumerables senderos de la existencia de cada día". (
Idem. pags 35-36 ).
c- Dios nos habla en lo cotidiano.

Qué es lo cotidiano? Muchos dicen: Es lo que ocurre todos los días, lo usual. Otros dicen: Es aquello que yo acepto como cotidiano, es decir, como de todos los días.

y qué cosas forman parte de nuestro cotidiano, del cotidiano de cada uno? Es posible que podríamos hacer una larga lista de eventos que nos ocurren todos los días o que al menos ocurren seguido, y así y todo, estemos seguros de que nos olvidaríamos de unas cuantas cosas, especialmente de aquellas que son tan, pero, tan cotidianas, que no las tomaríamos en cuenta, como por ejemplo: comer, dormir, vestir, etc, etc. También es importante tener en cuenta que hay algunas cosas que fueron cotidianas ayer pero que hoy ya no lo son. Sobre todo porque en lo cotidiano inciden realidades, como la económica, la cultural, la social y los famosos tiempos de la vida moderna que hacen variar el concepto de los cotidiano.

En este mundo tan diverso, lo cotidiano es distinto para unos y para otros. Y además si miramos nuestras vidas en toda su extensión temporal, vemos que el concepto de lo cotidiano adquiere otras dimensiones. Por ejemplo, la muerte, entra en nuestro cotidiano? Es posible que para algunos, como los sepultureros, médicos, enfermeros, empresas fúnebres, etc, seguro que sí, pero para nosotros? Si miramos nuestras vidas y vemos que se no han muerto padres, hermanos, tíos, abuelos, hermanos o hermanas de nuestras fraternidades o comunidades, amigos, consideraríamos la muerte como algo cotidiano? Para San Francisco la muerte entraba dentro de la dimensión fraterna, era la hermana muerte de la que ningún ser viviente puede escapar, la gran manifestación de Dios dentro de lo cotidiano.

Para vivir en lo cotidiano, de lo cotidiano, o para lo cotidiano, sin duda ninguna necesitamos de los espacios físicos, de los lugares cotidianos, lugares que nos son comunes. En el mundo "exterior", aquella realidad muchas veces ajena a nosotros, en la que se mueve la gente, estos lugares, entre otros, son: el café, la calle, el almacén de la esquina, el ciber, el supermercado, lugares donde se realiza el intervalo entre la vida privada y la vida pública y que algunas veces se convierten en un compromiso, en la forma de estar o de vivir, o en la fuga o escape de situaciones que se quieren, de deben o se pueden evadir, o son lugares donde se vive el tiempo robado a la rutina, a una existencia quizás demasiado medida, demasiado normada.

Para nosotros -consagrados, consagradas- y según el estilo de vida o carisma, qué es lo cotidiano? Cómo lo vivimos? Es posible que la estructura física de algunas de nuestras casas, conventos o monasterios, no sea muy adecuada para vivir lo cotidiano, pero en general, nuestra casa, convento o monasterio, goza de lugares o espacios físicos que facilitan el encuentro con Dios y con el otro. Inclusive, hay en las nuevas construcciones una tendencia a que los lugares donde se vive lo cotidiano, sean acogedores, cercanos, comunicantes, facilitadores de encuentro personal, y comunitario.

Son los lugares de la obediencia, son los espacios que se dan para ser fieles a Dios, que habla, que se manifiesta con más frecuencia y exigencia. Allí donde la oración personal o comunitaria tiene dicho espacio (Capilla-Oratorio) para aprovecharlo, disfrutarlo, explotarlo, o allí donde el trabajo se realiza con amor responsable, alegría, en silencio o en diálogo fraterno (sala de labores, fábrica de hostias, huerta), o allí donde el alma y cuerpo se recrean para dar lugar a la espontaneidad, a la creatividad, a las historias (sala de recreo), o allí donde las cosas cultivadas o adquiridas en el mercado se convierten en alimento para bien de todos o todas ( cocina) y se disfrutan con ánimo generoso y agradecido (refectorio), o allí donde se investiga, se lee, se adquieren conocimientos (Biblioteca-Sala de Internet) o allí (la habitación) donde me encuentro conmigo mismo, con mi realidad, donde me encuentro de una manera muy intima con el Señor, donde hago la pausa o el descanso necesario para continuar forjando la respuesta.

Son los lugares de la entrega, del sacrificio, de la respuesta generosa; no son lugares para evadir o escapar de la realidad (el café, la calle, el almacén etc), son los lugares donde, por algún motivo la obediencia puede hacerse difícil y "es precisamente en estos casos de dificultad donde la persona consagrada aprende a obedecer al Señor (cf. Sal 118,71), a escucharlo y a adherirse sólo a Él, mientras espera con paciencia y llena de esperanza, su Palabra reveladora (Sal 118,81) con plena y generosa disponibilidad a cumplir su voluntad y no la propia (Lc 22,42). (
Idem. pago 16)

Son los lugares donde la obediencia se expresa de una manera personal pero sobre todo comunitariamente.

d)- Dios nos habla por medio de la fraternidad:
La obediencia tiene una dimensión comunitaria. Esto es muy importante tenerlo en cuenta. La costumbre tradicional es ver la obediencia como una relación entre el superior y cada uno de los miembros de la fraternidad o de una comunidad concreta. Es necesario ver la obediencia como una respuesta que se da comunitariamente. Cuando se ve así la obediencia, se comprende mejor la respuesta de cada uno de los miembros. Es necesario superar aquel énfasis individualista que se le hace al voto de obediencia. Igualmente es necesario insistir en la reciprocidad entre obediencia personal y obediencia comunitaria, de tal manera que la una no puede darse sin la otra. Por eso a la luz de la corresponsabilidad, radicada en el carisma común, la autoridad debe estar atenta a que la comunidad o fraternidad sea efectivamente comunidad o fraternidad obediente, es decir, favorecer el encuentro fecundo entre el carisma común y dones específicos, o sea los dones individuales, personales.
Esto nos conduce a revisar los contenidos y las etapas de la formación, especialmente la formación de los primeros años, que indudablemente debe favorecer un camino de integración de toda la riqueza personal de la candidata o religiosa y de apertura a las exigencias de la comunidad: "a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Cor 12,7). De esta manera la comunidad está al servicio del Reino. Entonces la obediencia, personal o la comunitaria no es tanto el respeto y el cumplimiento de las prescripciones, a veces minuciosas de la Regla, sino la fidelidad a la misma mediante la creatividad: obedecer es entonces estar en continua búsqueda, es estar dispuestos a escuchar y ser escuchados, es caminar en un éxodo constante, donde las ideas encuentran un lugar y las acciones un estímulo. Obedecer es entonces la oportunidad que se presenta para darle vida a la comunidad. La obediencia es vida. Cuando la obediencia es solo cumplimiento de la norma, la comunidad disminuye su vitalidad, hay un replegarse en sí misma y termina viviendo prisionera de la rutina, de la quietud, de la aparente calma.

La obediencia comunitaria no es sólo colocar las ideas y las funciones en un lugar determinado, es decir, no solo es organizarlas; es indispensable discernir y saber discernir. Por eso la prioridad de la obediencia comunitaria debe impulsar a todos los miembros de la comunidad a una mayor valorización del discernimiento comunitario. Dicho discernimiento es el lugar privilegiado en el cual se concretiza la búsqueda de la voluntad de Dios por parte de la comunidad, creando así los caminos hacia una respuesta responsable y alegre de cada uno de los miembros: "Si este discernimiento se reserva para las decisiones más importantes, el espíritu del discernimiento debería caracterizar todo proceso de toma de decisiones que tenga que ver con la comunidad. En ese caso, antes de tomar la decisión correspondiente, nunca debería faltar un tiempo de oración y de reflexión personal, así como una serie de actitudes importantes para elegir juntos lo que sea justo y agradable a Dios" (
Idem. pag 33)
"Examínenlo todo y quédense con lo bueno"
(1 Tes 5,20). Es decir, saber lo que quiero, saber lo que se quiere, saber lo que Dios quiere de mí, de nosotros. Esto requiere fe, valor, sabiduría, tiempo y método y esto nos conduce a la comunión y participación, comprometidos con un proyecto de vida, cuya motivación y finalidad es compartir el carisma, la espiritualidad cristocéntrica y la mariana.

Surgen entonces algunos interrogantes en dicho discernimiento:

Qué sucede en mi casa (Convento-Monasterio)? Qué está en juego aquí?

Cuáles son mis intereses o nuestros intereses? Qué quiere Dios de mí o de nosotros?

Qué espera el Señor de mí o de nosotros aquí y ahora?

También es importante indicar entre algunos otros, los elementos fundamentales del discernimiento:

- Espíritu de fe, de oración y de búsqueda de la luz de Dios.

- Corazón humilde, consciente de los obstáculos y de las limitaciones.

- Apertura interior y corazón de discípulos.

- Deseo de obediencia y coherencia.

Igualmente es importante destacar algunos criterios para el discernimiento comunitario:

- Examinarlo todo y quedarse con lo bueno (1 Tes 5, 19-21).

Obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5,29), es decir buscar la voluntad de Dios.

La comunión, es decir, los dones auténticos del Espíritu son los que edifican la comunidad, la fraternidad (1 Cor 14,4.12.26)

Que el discernimiento sea para favorecer la vida comunitaria.

Escuchar con los oídos y el corazón a los demás pero tratando de evitar la manipulación.

Ser muy honesto y sincero con uno mismo.

Estar preparados para asumir la dureza y el dolor que producen algunas decisiones.

No imponer lo que yo pienso sino ayudar a buscar el bien para todos No decidir a la ligera pero tampoco posponer demasiado.

No decidir en momentos de crisis de la comunidad o de la fraternidad. Decidir en un clima de libertad y con responsabilidad.

Las decisiones fundamentales deben tener la estabilidad que ameritan.

Discernir y decidir no es fácil. Es un "arte" difícil que requiere aprendizaje, ejercicio y empeño. Este discernimiento o "búsqueda de la voluntad de Dios" no termina con un capítulo, con una revisión de vida. La atención al discernimiento se encuentra en la misma naturaleza humana, por lo que nunca cesa. Discernir antes de actuar es la difícil tarea que nos corresponde cada día, tanto en el ámbito personal como en el de nuestras comunidades o fraternidades. Si no lo realizamos, seguimos indecisos, viviendo posiblemente en el caos, o tal vez esclavos de la repetitividad. Por eso es importante para la obediencia comunitaria, aprender a discernir y decidir, teniendo especialmente presente nuestros horizontes como cristianos y como religiosos consagrados.

A manera de conclusión:
Me permito a manera de conclusión, transcribir textualmente el n. 29 del documento:
"Si la vida del creyente es toda ella una búsqueda de Dios, entonces cada día de la existencia se convierte en un continuo aprender el arte de escuchar su voz para seguir su voluntad. Se trata de una escuela en verdad exigente, una pugna entre el yo que tiende a ser dueño de sí y de su historia y el Dios que es "el Señor" de toda su historia; una escuela en la que uno aprende a fiarse tanto de Dios y de su paternidad que confía también en los hombres, sus hijos y hermanos nuestros. De esta forma crece la certeza de que el Padre no abandona nunca, ni siquiera cuando hay que poner el cuidado de la propia vida en manos de los hermanos, en los cuales debemos reconocer la señal de su presencia y la mediación de su voluntad.

Con un acto de obediencia, aunque inconsciente, hemos venido a la vida, acogiendo aquella voluntad que nos ha preferido a la no existencia. Concluiremos el camino con otro acto de obediencia, que desearíamos fuera lo más consciente y libre posible, pero que sobre todo es expresión de abandono a aquel Padre bueno que nos llamará definitivamente a sí, en su reino de luz infinita, donde concluirá nuestra búsqueda y lo verán nuestros ojos, en un domingo sin fin. Entonces seremos plenamente obedientes y estaremos realizados del todo, porque diremos para siempre sí a aquel Amor que nos ha hecho existir para ser felices con Él y en Él."
(
Idem. pag 49)

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